De hecho sí. En su novela México sediento (Alfaguara,
1998), Francisco Martín Moreno nos plantea un escenario apocalíptico: una gran sequía
desata la guerra por el control del agua en la Ciudad de México. El libro es
especialmente inquietante en tanto la ficción se apoya en datos reales sobre
sequías, el uso (y mal uso) histórico del agua en la capital y los esfuerzos
por llevarla a sus habitantes. En realidad la idea que propone Martín Moreno no
es descabellada: se afirma que en este siglo las guerras serán por culpa de la
falta del líquido. Y en México ya están prendidos los focos rojos: recordemos
que de acuerdo con el INEGI, el 40% del territorio nacional es árido o
semiárido (aunque el Centro Virtual de Información del Agua pues afirma que en
realidad es un 56%) y los expertos advierten de la desertificación que avanza
del norte hacia el sur. Además, en las clasificaciones mundiales México está
considerado un país con baja disponibilidad de agua. Esta situación se hizo evidente en 2011 y 2012 cuando, de acuerdo con la Conagua, vivimos las peores sequías
en 70 años.
El 2013 arrancó con lo que el director de dicha institución, David Korenfeld, llamó una sequía
ligera: ¡444 municipios secos! Mientras el pasado 10 de enero la OCDE alertaba del "estrés hídrico severo"
que amenaza a México, calificándolo como “una cuestión de seguridad
nacional".
Me gustaría saber si han tenido impacto las pequeñas acciones de la poblaciòn civil ante este problema (por ejemplo, recolectar el agua de la regadera) o ni siquiera es medible. Buen dato el del libro, se me antoj leerlo.
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